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lunes, 20 de abril de 2009

valiente editorial de Los Tiempos con el análisis del miedo que quiere imponer el poder. activar la conciencia cívica es la forma de auto-defenderse

El jueves recién pasado, antes de que se produzca la matanza de supuestos terroristas en Santa Cruz, en este mismo espacio editorial, bajo el título: “El miedo, instrumento del poder”, llamábamos la atención sobre abundantes indicios según los cuales el gobierno del Movimiento al Socialismo, a través de sus brazos operativos, comenzó a recurrir al miedo como un instrumento muy eficiente para alcanzar algunos de sus principales objetivos.
Decíamos miedo y no terror porque, siendo rigurosos con el uso de los términos, nos parece que entre uno y otro concepto hay una diferencia de grado que, aunque parezca pequeña, no debe ser perdida de vista si no se quiere banalizar un fenómeno que merece ser abordado con la mayor seriedad. Es que el término “terrorismo”, por lo mucho que implica, suele llevar a confusiones que dificultan la comprensión del tema.
Y eso, precisamente, es lo que está ocurriendo en nuestro país. La confusión ha sido introducida como el elemento central de un fenómeno que tiene en el estado de incertidumbre colectiva que produce uno de sus principales atributos. Se puede pues decir que sean quienes fueren los que mueven los hilos de la trama de que estamos siendo testigos, han logrado un primer objetivo: confundir a la sociedad y así anular, por lo menos temporalmente, cualquier posible reacción.
Hay, sin embargo, en medio de la confusión reinante, algunos elementos que están más allá de toda duda. Uno de ellos es que ya antes del “caso Las Américas” había motivos para sospechar que el miedo estaba siendo introducido como un instrumento de la acción política gubernamental. Ese es un dato fehaciente que puede ser corroborado con abundantes ejemplos.
Un segundo factor que contribuye a la confusión reinante es que también en las filas de la oposición hay sectores que se inclinan por la vía de la violencia. Hay grupos de derecha que comparten con los radicales del otro polo el mismo desprecio por la legalidad democrática, lo que da un toque de verosimilitud a las versiones gubernamentales. El que la oposición democrática no haya marcado distancias de esos sectores tan clara y oportunamente como era de esperar es una de sus principales falencias.
A pesar de ello, son más las razones que inducen a la duda que a la credibilidad cuando de juzgar la versión gubernamental sobre el caso que nos ocupa se trata. Es que son demasiadas las incongruencias que ésta tiene y los antecedentes dan pie a poner en cuestión el verdadero rol que el oficialismo juega en tan complejo entramado.
De cualquier modo, si hay algo que debe quedar muy por encima de cualquier otra consideración es la necesidad de que toda la sociedad active todos sus recursos de defensa para impedir que el miedo se apodere de la voluntad colectiva.