Las concentraciones de festejo por el 21-F en las distintas capitales del país (con excepción de Santa Cruz) marcan un hecho histórico sin precedentes. Más allá de mi interés personal en el asunto, es evidente que semejantes convocatorias públicas son de un calibre histórico trascendental y, como tal, son dignas de estudio.
Ocupan ya un lugar relevante en la historia de resistencia social al abuso de poder. No hubo duda nunca que las voces oficialistas se irían a dedicar desde el día 22 a recordar el enorme apoyo que tuvo el Presidente en sus contramarchas, los 2.000 ciudadanos que habrían ido voluntariamente a San Francisco frente a los otros 50.000 pagados y/o el firme apoyo que habríamos tenido de la embajada, entre otras linduras propias de su absoluta ceguera.
No es raro este comportamiento tan distante (y cada vez más distante) de la realidad a lo largo de nuestra historia. Allá por los años 40 los liberales/conservadores se anclaron en el poder a lo bestia sin percatarse (sin querer hacerlo) de que la gente clamaba por su partida; allá por los años 70, los militares se aferraron al poder sin querer entender que la gente ya no quería saber de ellos; y en los 2000, los neoliberales se colgaron de la plaza Murillo igual de tercos que sus antecesores. Y así les fue, hubo que echarlos. Así nomás es.
La ceguera viene por épocas y cabalito en los momentos de decadencia de los respectivos regímenes. Esta vez le tocó al MAS. ¿Por qué sucede eso? Sugiero la hipótesis más cercana a la teoría política: una clase política se adueña del poder y no le da la gana de soltarlo por la sencilla razón de que vive de él. Algo que sucede en forma frecuente en diversas épocas y lugares. Y lo hace precisamente cuando no hay alternancia de poder. Una escueta minoría de iluminados, juntos a sus huestes pagadas y dinastías filiales, creen que el gobierno les pertenece. Las movilizaciones sociales del 21-F de 2017 les dijeron que no, que no les pertenece.
Eso en general. En particular conviene mencionar algunos aspectos destacables. Uno, la voz opositora, con sus distintos tonos, tiene presencia nacional. Los actos de festejo/repudio fueron masivos y simultáneos. Algo no visto nunca a lo largo de esta década. Los Cabildos del Millón o la Sede no se Mueve, por citar algunos ejemplos descollantes, fueron protestas focalizadas. No es nuestro caso. Eso marca un dato fundamental.
Dos, se puso en evidencia que cojudos, en realidad, son quienes creen que pueden seguir "charlándosela” a la gente impunemente. La gente no es opa y eso hay que enfatizarlo aunque parezca ofensivo hacerlo.
Pero es que es tal el grado de soberbia (narcisista) que están convencidos que si el Evo o el Álvaro lo dicen, así nomás debe ser. Los demás sobramos. Pues no sobramos. Este nuevo 21-F así lo demuestra.
Tres, se les ganó en su cancha. Ya se les ganó en ánforas en elecciones previas (de las autonomías en abril de 2015 y de los estatutos autonómicos en septiembre del mismo año), pero nunca se dio el caso de vencerlos en lo que mejor supieron hacer siempre: copar las calles. No es un dato menor. Los métodos de lucha usados por el MAS desde 2000 ya no son de su patrimonio.
Cuatro, aunque el presupuesto del Ministerio de Comunicación fue incrementado y la Dirección de Redes creada, está claro que el espacio público de redes sigue siendo de dominio de las variadas oposiciones. La aparición de dos o tres voces sueltas, repitiendo el guión masista de modo vulgar ("son los agentes de Usaid”) no convencen más que a sí mismos. Sólo indisponen el flujo disperso, pero siempre entretenido de las redes (hasta que uno se choca contra estos muros de talento en bruto) sin sumar mucho al "proceso de cambio”.
Cinco, más allá de lo fantástico que fue este nuevo 21-F, es evidente que las grandes manifestaciones de protesta social no siempre terminan bien. Baste recordar la sensación de júbilo que produjo la Primavera Árabe, aunque su desemboque a pocos años de haber ocurrido sólo pueda producirnos desazón.
La violencia, el yihadismo y/o la mano dura imperan en lo que parece ser el "invierno árabe”. No se puede pues aplaudir este momento sin visualizar el "día después”. Y ese día aún se ve opaco.
No hay duda que la organización del 21-F fue excelente.
Sin embargo, eso no esconde que se hayan dado disputas entre colectivos no sólo por diferencias ideológicas, sino por cuestiones (aparentemente) banales (como quién va a ser el orador principal) que visibilizan un conjunto de mezquindades a ser superadas con la puesta en marcha de una adecuada estrategia política en proceso de construcción (es pues gracioso que algunos inteligentes exijan ya mismo a la oposición una coherencia que sólo puede lograrse en el transcurso del tiempo).
Finalmente, la misma aparición de Amalia Pando, aclamada por la gente, muestra que empiezan a surgir nuevos liderazgos (aunque ellos mismos no necesariamente lo crean). No hay duda que ella era una suerte de Pelé en medio de otros jugadores ciertamente buenos que quedaron opacados, pero que están ahí. No es que no existan. Están ahí y vienen trabajando a todo pulmón.
Asimismo, las banderas de SOL.bo o la presencia de Samuel Doria Medina, en su calidad de ciudadano, muestran que el liderazgo en construcción tendrá que ser un liderazgo colectivo, entendiendo por ello el conjunto de alianzas (cívicas y partidarias) que van a ser imprescindibles para ser gobierno en 2020.
Este nuevo paso se ha dado y con ponderable éxito. Quedan muchos.