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martes, 13 de mayo de 2008

Hernán García Prada ha publicado su art. Soberanía y Dignidad de valiente nomenclatura

En la atosigante, mentirosa y engañosa propaganda del gobierno que nos viene costando cientos de miles de bolivianos, se usan términos ajenos a la fraseología de sus integrantes y cuyo uso y abuso nos hace detestar la televisión. Con la extrema y peligrosa ligereza con la que captan el sentido de los hechos se hace necesario sugerir a los "administradores" del gobierno, que hagan una lectura más cuidadosa y un análisis más certero antes de tomar cualquier determinación o "nominar" sus bonificaciones. La soberanía, es el acto de poseer o ejercer la autoridad suprema, y en todas las naciones civilizadas del mundo es la que corresponde al pueblo como poseedora de los poderes del Estado y que ejerce a través de sus representantes, que, en ocasiones no merecen ni responden a la confianza de la ciudadanía. Un pueblo soberano no se somete al predominio extraño y no vende ni alquila sus intereses; no se subordina a ningún otro estado ni admite cualquier intento de enajenación. Un pueblo soberano es dueño de su destino, responsable de sus actos y de sus decisiones. Aceptar la dádiva extraña para vedados fines políticos es humillante y un gobierno que pierde la dignidad pierde totalmente autoridad. La excusa de que "la vergüenza pasa, pero el beneficio queda" ha colmado de malandrines nuestra sociedad. Dignidad, es otro término zarandeado por este gobierno que viene derrochando ya no miles sino millones de bolivianos en una propaganda atosigante, mentirosa y engañosa que los coloca en el legítimo plano de la indignidad. En un pasaje de la Historia, en su lecho de muerte uno de sus generales le preguntó a Alejandro el Grande, a quién dejaba su reino; él respondió: "al más digno". El extenso imperio se fraccionó. La dignidad no es un bono ni una prebenda. No se puede calificar de gobierno de la nación a un centenar de individuos que al filo de la mediocridad van transitando por el camino de la perversidad al tomar medidas perjudiciales contra nuestra soberanía, contra nuestra dignidad y sobre todo contra nuestra economía. Es intolerable que el "zambo" que gobierna Venezuela nos siga amenazando sin que "nuestro gobierno" entienda su obligación perentoria de rechazar tales amenazas y defender la dignidad nacional. La compra de un gobierno iletrado no da derecho a ofender a una república que altivamente deriva su nombre del Libertador Bolívar, a quien Chávez con su proceder de anarquista trasnochado, vilipendia. Por el bien de la nación, Morales Ayma, debe renunciar a la Presidencia antes de entrar en ese "referendo revocatorio" que seguirá desangrando nuestra economía, que profundizará los enconos y no dará el resultado conveniente al interés nacional. Ya hemos soportado con excesiva tolerancia el producto de su incompetencia. Le habíamos pronosticado dos años de duración para que descubriera esa gran verdad de que el manejo de los negocios públicos exige un mínimo de competencia y de capacidad de los que él carece y que Bolivia, quizás como ninguna otra, necesitaba no sólo de ciudadanos de formación profesional sino de personas con las virtudes esenciales para sobrellevar esos defectos de intolerancia, de insubordinación y sobre todo de pereza de nuestros pobladores altiplánicos. Como se dice que "quien calla otorga", hay que preguntarse si en verdad la compra con los petrodólares venezolanos, sustraídos abusivamente al hermano país, han llegado a los bolsillos de nuestro alto mando militar; de no ser verdad, es el momento para que dejen escuchar su airado reclamo ante las amenazas contra nuestra soberanía y contra nuestra dignidad proferidas por el "golpista" del Caribe. Volvemos a expresar que "el militar debe ser integrador de la nacionalidad, fiel expresión del civismo, del honor y de la grandeza de la patria". En medio de la descomposición gubernamental tiene que surgir algo positivo, eso que llamamos "luz de esperanza", para seguir batallando contra el infortunio. La Bolivia culta y honesta sabrá reconocer y premiar. No se puede luchar contra los fenómenos de la naturaleza que vienen asolando al mundo, pero sí contra las perversidades del hombre que a veces destruyen más que un vendaval.