El Estado Plurinacional de Bolivia –como se conoce ahora a la otrora venerable República de Bolivia- ha hecho últimamente en el contexto internacional un culto demagógico de la “Madre Tierra”, la Pacha Mama. A ese nivel se han gestado diversas acciones –no siempre exitosas- para presentar al régimen de don Evo Morales como ‘campeón’ de las causas ecológicas y ambientales. Algunos tal vez han creído en la causa o procedieron con verdadera convicción, pero la inapelable realidad demuestra que el verdadero culto del momento es hacia la creciente producción de coca, lo que podríamos llamar la ‘Pacha coca’. El avance implacable de este cultivo sobre otros, aunado a la posibilidad de rápidas ganancias, está provocando serios desequilibrios en parques otrora celosamente resguardados y ahora librados a la tarea depredadora de los crecientes productores de hoja de coca.
Y esto viene sucediendo desde el inicio de la actual administración. Ahora, transcurridos casi seis años, el auge delincuencial generado por la excesiva producción de hojas de coca del trópico cochabambino está provocando un colosal incremento del tráfico de cocaína, apareado este con su natural secuela de ‘ajustes de cuentas’, matonaje, enriquecimientos ilícitos, lavado de dinero, crímenes por doquier y toda la siniestra parafernalia que trae consigo el sucio negocio de los estupefacientes. Lo vemos y lo sufrimos a diario. Entre medio de semejante situación, surgen ‘operativos’ que demuestran el ‘esfuerzo’ oficial por localizar y destruir fábricas clandestinas de droga o apresar a algunos delincuentes del ramo. Todo parece ser un espejismo o más bien, tan solo la punta del iceberg que por debajo esconde la enorme masa clandestina de narcotráfico que sigue funcionando campante.
¿Qué pretendían los seguidores genuinos del MAS y la propia comunidad mundial? Seguramente otra cosa y un verdadero ‘proceso de cambio’, pero lo seguro es que no hay productor en el mundo que no quiera producir más y cuando este se encuentra en el Gobierno, proveerá todas las facilidades para aumentar su producción y la de sus asociados. Es un razonamiento de lógica elemental. Claro que en este caso, sucede que la producción es de hojas de coca, elemento fundamental para la elaboración de droga. Y si nada menos que el primer mandatario es a su vez presidente de los productores de coca de Chapare, lógico también era suponer que se estimularía esa producción, tipificada desde mucho tiempo atrás por organismos competentes como dañina por estar canalizada hacia la elaboración de cocaína y no ser apta para el llamado ‘acullico’.
Por tanto, ni quienes votaron por Evo Morales ni la comunidad internacional pueden sorprenderse ahora ante semejante calamidad criminal como la que enfrentamos y que nos acerca a niveles de violencia solamente vistos en latitudes colombianas o mexicanas.
Tal incremento debía ser la natural derivación del auge de las plantaciones de hojas de coca, sumando a ello la reducción de ayuda internacional y la expulsión de los equipos extranjeros que colaboraban en la lucha anti droga.
El poder está en manos de los cocaleros, punto. No hay discusión posible. Mientras eso no cambie o el Gobierno no altere su rumbo y sincere sus acciones, a corto plazo solamente vemos la dramática posibilidad de seguir incrementando la producción de drogas con cada vez mayor violencia.
He aquí una espiral letal para el prestigio del país y dañina para todos los bolivianos que procuramos ganarnos la vida con nuestro trabajo honesto.
Así están las cosas y, conste, a la vista de todos.
Y esto viene sucediendo desde el inicio de la actual administración. Ahora, transcurridos casi seis años, el auge delincuencial generado por la excesiva producción de hojas de coca del trópico cochabambino está provocando un colosal incremento del tráfico de cocaína, apareado este con su natural secuela de ‘ajustes de cuentas’, matonaje, enriquecimientos ilícitos, lavado de dinero, crímenes por doquier y toda la siniestra parafernalia que trae consigo el sucio negocio de los estupefacientes. Lo vemos y lo sufrimos a diario. Entre medio de semejante situación, surgen ‘operativos’ que demuestran el ‘esfuerzo’ oficial por localizar y destruir fábricas clandestinas de droga o apresar a algunos delincuentes del ramo. Todo parece ser un espejismo o más bien, tan solo la punta del iceberg que por debajo esconde la enorme masa clandestina de narcotráfico que sigue funcionando campante.
¿Qué pretendían los seguidores genuinos del MAS y la propia comunidad mundial? Seguramente otra cosa y un verdadero ‘proceso de cambio’, pero lo seguro es que no hay productor en el mundo que no quiera producir más y cuando este se encuentra en el Gobierno, proveerá todas las facilidades para aumentar su producción y la de sus asociados. Es un razonamiento de lógica elemental. Claro que en este caso, sucede que la producción es de hojas de coca, elemento fundamental para la elaboración de droga. Y si nada menos que el primer mandatario es a su vez presidente de los productores de coca de Chapare, lógico también era suponer que se estimularía esa producción, tipificada desde mucho tiempo atrás por organismos competentes como dañina por estar canalizada hacia la elaboración de cocaína y no ser apta para el llamado ‘acullico’.
Por tanto, ni quienes votaron por Evo Morales ni la comunidad internacional pueden sorprenderse ahora ante semejante calamidad criminal como la que enfrentamos y que nos acerca a niveles de violencia solamente vistos en latitudes colombianas o mexicanas.
Tal incremento debía ser la natural derivación del auge de las plantaciones de hojas de coca, sumando a ello la reducción de ayuda internacional y la expulsión de los equipos extranjeros que colaboraban en la lucha anti droga.
El poder está en manos de los cocaleros, punto. No hay discusión posible. Mientras eso no cambie o el Gobierno no altere su rumbo y sincere sus acciones, a corto plazo solamente vemos la dramática posibilidad de seguir incrementando la producción de drogas con cada vez mayor violencia.
He aquí una espiral letal para el prestigio del país y dañina para todos los bolivianos que procuramos ganarnos la vida con nuestro trabajo honesto.
Así están las cosas y, conste, a la vista de todos.
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