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jueves, 19 de junio de 2008

el deber de santa cruz nos previene de los peligros de "jugar con fuego"

En extrema imprudencia está incurriendo el jefe del Estado. Y en su actitud imprudente goza de la sumisa complicidad de sus inmediatos colaboradores y de gente de su entorno que no se atreve a mover ni un dedo y ni siquiera a decir esta boca es mía. Jugar con fuego en las actuales circunstancias, tomando en cuenta que el país es un polvorín y terroríficamente sobrecargado, tanto como imprudente, es irresponsable. Por ahí, casualmente o a propósito, puede saltar el elemento detonante que desencadene la fatal conflagración de la que nadie, seguramente, resultará indemne, menos aún nuestro tan desventurado país. Cada vez es más acentuada la impresión que deja la figura del jefe del Estado y que no es otra que la del dueño omnipotente y absoluto de la verdad, en cuya condición, todos aquellos que no coinciden con él, -y que no son minorías insignificantes-, no son otra cosa que sus enemigos, que conspiran contra él, que le están cavando los camotes, que le menean el gajo, como vulgarmente se dice, para echarlo del poder.
El Presidente de la República no acepta disensos. Pero ojalá sus rechazos fuesen formulados en tonos serenos, reflexivos, conciliadores y con el respaldo de buenos y mejores argumentos. Mas resulta que el tono de sus rechazos, de sus réplicas airadas, es siempre agresivo, dirigido contra propiciatorias cabezas de turcos, unas veces las de oligarcas, otras las de gamonales y con el común denominador de enemigos declarados y acérrimos suyos y de su gobierno. Para salirse con la suya, supuestamente para ganarse simpatías, el jefe del Estado llena de billetes, bolivianos o dólares, sus maletas y visita a saltos de mata ciudades y poblaciones donde aún permiten a su helicóptero tocar tierra. Reparte a manos llenas el dinero en estos tiempos que, siendo tan críticos económicamente hablando, cualquier dispendio es un insulto a la razón. Y si no son billetes de bancos los que reparte, son tractores y otros por el estilo, con el añadido de algunas de sus blancas y anchas sonrisas. En el fondo, ¿cuál el efecto de la repentina rangosidad del Presidente de la República? Una profundización de las brechas que existen o que se abren por cualquier causa, entre gente de sectores sociales de determinadas regiones. De este lado, los que reciben las dádivas ocasionales del gobierno, y del otro, los que se mantienen leales a sus sentimientos regionales cívicos y de larga y auténtica data y tradición. La política, como ejercicio, es delicada y de acuerdo con esta su esencia tiene que ser ejercitada. No guardar la prudencia, el equilibrio y el tino precisos viene, al final, a ser tan riesgoso como jugar con fuego, y más aún con el polvorín atestado y cerca.