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domingo, 18 de julio de 2010

una diarrea presidencial convertido en asunto de Estado en lugar de decir simplemente tuvo diarrea o cólico. Paulovich explotó el tema también Kempff

¿Qué comería el Presidente

Línea de Fuego

Manfredo Kempff Suárez -

Es el colmo que una diarrea de S.E. se haya convertido en un asunto de Estado y que, ahora, en todas las naciones próximas, en las cancillerías vecinas, la gente especule y se tenga que preocupar de sus evacuaciones líquidas. Para empezar, el Gobierno no ha querido utilizar la palabra “diarrea”, que no es lepra, ni SIDA, ni algo vergonzante ni contagioso, sino una cagadera incontrolable y a veces dolorosa. Una cagantina en el mejor castellano. ¿Quién no ha tenido una diarrea diluvial en toda su vida? ¿Yo? ¡Cientos! Una después de cada atracón con vino. Que S.E. no nos venga con que nunca tuvo nada parecido, que esto fue muy raro. Deja una incógnita peligrosa. Lo que sucede es que hace unos años S.E. corría descalzo, a resbalones, para esconderse entre los platanales o cocales del Chapare y ahí proceder. ¿Por qué el Gobierno tiene que hablar de una “indisposición” que mantuvo en cama a S.E. durante cuatro días? ¿Por qué el ministro portavoz tiene que transpirar delante de los periodistas explicando sobre la “indisposición” cuando sólo había que decir que tenía diarrea o cólico?
Tal vez más elegante resulta hablar de cólico. El portavoz pudo mencionar el cólico, que no sólo mata a los caballos sino también a los humanos. Según el diccionario de la RAE, el cólico es un “acceso doloroso, localizado en los intestinos y caracterizado por violentos retortijones, ansiedad, sudores y vómitos”. Esto del cólico está muy cerca a lo que reconoció padecer S.E., al afirmar que nunca había sufrido de retortijones tan atroces y vómitos a granel. Como van las cosas en este país, con marchas, reclamos, insultos, peleas, rabia por el mar burlado, iracundia por la autonomía estafada, y hasta pasmo por la ridiculez con el carísimo avión Falcon sin uso por falta de pilotos instruidos, a S.E. le ha podido dar también un cólico bilioso, que es un desparramo de bilis por arriba y por abajo, producto de una rabieta. En los perros, el vulgo llama a esto “colerina”, lo que está mal, porque la colerina es una enfermedad más bien parecida al cólera “en la cual se observa una diarrea coleriforme” (RAE).
Entonces, habrá que coincidir en que a S.E. se le fue la mano en la comidita. Que embuchó más de lo necesario o que tal vez había algún jigote podrido por ahí. Un choripan pasado puede traer esos desajustes. O las empanadas tucumanas que dentro de su inocente apariencia contienen tales virus que hasta un can las huele y aúlla. O un ají de panza mal lavada que puede producir un cólico miserere que suele ser mortal. Tal vez, como S.E. venía de Sudáfrica, allá pudo zamparse un sillpancho zulú con dos huevos fritos pero de avestruz. Aunque, también, por falta de costumbre, lo pudieron liquidar las langostas, cangrejos, caviares, ostras, que a los desprevenidos les producen estragos estomacales. La comida fina es sutil, arrogante, y llena de perfidia cuando quiere.
Pero la suerte es que S.E. no estuvo por Santa Cruz en los días previos a su “cursalera”, como decimos aquí. De lo contrario, ya hubiera una lista de diez cruceños convocados a declarar. El fiscal Soza estaría dichoso fichando a los “chefs” de los lugares donde van a comer Rubén Costas o Humberto Roca. El Vicepresidente, para variar, no descarta un intento de envenenamiento. Piensa que se debe investigar. ¿Investigar qué? ¡Pobres los cocineros del Palacio! Los van a torturar para que digan qué diablos le dieron de comer a S.E. Ahora que se tortura hasta la muerte por mucho menos.
Alguien va a pagar el pato por la diarrea de S.E. En la mente de don Álvaro va tomando forma la conspiración florentina del veneno. Pero, que recordemos, en Bolivia no se ha envenenado a ningún presidente. Darles veneno a Melgarejo, Belzu o Morales (Agustín), hubiera sido como dárselo a Rasputín. Habría que rematarlos a balazos y tirarlos al agua después. Desde las épocas que en los palacios el veneno corría de plato en plato y de copa en copa para apartar del poder a alguien, no se ha conocido de un envenenamiento más célebre que el de Rasputín. ¿Vamos a creer que en el Palacio Quemado alguien se ha querido eliminar al Presidente con cianuro, arsénico, o estricnina?
Es raro, muy raro, que hasta ahora no se haya dicho que es el imperialismo, a través de USAID, el manipulador astuto y desalmado de esta diarrea histórica.

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