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sábado, 5 de noviembre de 2011

Valiente. El Deber se atreve y le asiste razón cuando nos hace ver que detrás de la sangre derramada, del crimen en Santa Cruz está la droga, los narcos, la oferta de hoja de coca que envenena el alma y el cuerpo. gran verdad!

Los cuerpos sin vida de tres jóvenes mujeres fueron hallados en los alrededores de una finca cercana a la norteña ciudad de Warnes. Muertas a balazos, las infelices víctimas se suman a otras tantas que engrosan las de por sí abundantes páginas de las crónicas rojas de nuestra Santa Cruz, como también resultó el ciudadano extranjero acribillado por un par de sicarios en las proximidades del santuario de Cotoca.
Ciertamente nunca fue nuestra región un oasis de amor y paz. Tal vez por aquello de la sangre caliente que supuestamente llevamos los llaneros de soles quemantes, nunca constituyó una rareza, un imposible, el hecho de que cobrásemos agravios a balazos, a cuchilladas o a garrotazos. En rigor de verdad, ayer se cobraban afrentas y se pagaban culpas con sangre de los semejantes que se hacía verter por propia mano. Mas nunca a las puertas de nuestro caserío golpeaba la muerte casi a diario como hoy y de sangre virtualmente empapada. Y es esa insólita sangría diaria la que no solo espanta, sino que a la par nos hace subsistir como si llevásemos pendiente sobre nuestras propias cabezas la mítica espada de Damocles.
Pero no vamos a cambiar las cosas tan terribles que se están dando en este tiempo de peligros mortales en ciernes, con sólo hablar de tan dramáticas y espantosas realidades. Otras y muy distintas actitudes estamos, por el bien y la tranquilidad de nosotros mismos, y en defensa de la vida propia, en la obligación de imponernos sin pérdida de tiempo.
Empecemos abocándonos todos -en primer término las autoridades locales y nacionales que en tan crucial asunto hasta ahora se van por las ramas- a la búsqueda de las raíces del mal, para lo cual será preciso escarbar en todos los estratos sociales buscando la mejor manera de eliminar lo que, de origen o por contagio, ha hecho de la grey nuestra un caldo del crimen de lo más consistente y efectivo que podría darse aquí o en el vecindario.
No desaprovechemos cualquier ocasión que se nos franquee para hacer de la lucha contra el crimen una causa común, renunciando de una vez por todas a ese conformismo del que solemos hacer un denominador común, del que intentamos sacudirnos cuando ya es tarde, vale decir, cuando el crimen nos tiene comido el pecho, como se dice en lenguaje de tierra adentro.
El cuadro de situación empeora cuando se hace más que evidente la presencia de gatilleros, de bandas de mafiosos, detrás del auge del narcotráfico en el país, de la mano del crimen organizado con las gravísimas secuelas que ello conlleva, aunque persisten las negativas del Gobierno acerca de la presencia de esos temibles grupos delincuenciales en el país y que en otros, como Colombia y México, han dejado su sangriento sello.
No reaccionar ante el baño de sangre que está cayendo en nuestro derredor, cada vez más grueso y de modo pertinaz, constituye una temeridad y, de cierta manera, un autoatentado terrible. Mientras el crimen señorea en la ciudad y ensancha sus dominios refinando y haciendo más crueles sus métodos, es una insensatez cruzarse de brazos y quedar a la espera de que nos llegue el turno de incluirnos entre las víctimas fatales.

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