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domingo, 4 de marzo de 2012

Alvaro Riveros previene que "cualquier semejanza con la realidad, será pura coincidencia" cuando explica sobre el fanatismo político que nos ha sumido en esta situación

En una sociedad gobernada por regímenes totalitarios y dictatoriales existe un común denominador entre las personas y/o individuos que apoyan dichos gobiernos, el cual se caracteriza por una forma exacerbada, desmedida y tenaz de adhesión hacia la causa que defienden, llegándose ésta a tornar, en muchos casos, en indiscriminada y violenta. Elementos que por su incondicionalidad y obsecuencia son catalogados de fanáticos.
El fanatismo supera la racionalidad y el fanático puede llegar a extremos peligrosos, como eliminar a rivales o encarcelarlos, con el propósito de imponer sus ideas o creencias consideradas inapelables, para el grupo que apoyan. El primer paso para formar un fanático consiste en la supresión de la conciencia individual o la del yo, mediante la adicción a las drogas, el alcohol u otros. Luego, acentuando el sentimiento de pertenencia a lo otro, se procede a su adhesión incondicional a sectas y facciones totalitarias, políticas o religiosas, entregándolo a un grupo de personas posesivas y hábilmente zalameras.
El fanático cree poseer la verdad de manera tajante. Afirma tener todas las respuestas y, en consecuencia, no precisa buscar a través del cuestionamiento de las propias ideas lo que representa la crítica de su prójimo; como el fanático religioso que cree que sus creencias son las únicas válidas y persigue y castiga a aquellos que no creen lo mismo o, aquellas personas inseguras que tratan de expresar una especie de compensación frente a un sentimiento de inferioridad.
He querido acudir a este prólogo, pues hasta ahora no me explico cómo y porqué algunos países latinoamericanos, donde fuimos encasilladlos arbitrariamente los bolivianos, han decidido abrazar férreamente la doctrina castro-comunista, donde el mesías es Lenin, Stalin, el Che o Fidel; y/o con países que profesan la versión radical del Islam como “la religión del amor” donde el terrorismo y los asesinatos de quienes se atreven a desafiar la ignominia son moneda corriente. ¿Cuál es la condición que impone al ser humano comportarse peor que una bestia? La única respuesta que encontré es que esa condición se llama fanatismo.
Con el mono mayor postrado en un quirófano cubano, llorando y rogando ante una enorme efigie de Cristo que pendía del vehículo que lo transportaba a la antesala de la muerte, suplica a Dios que le dé una mano; a José Gregorio Hernández; a la Virgen de Chiquinquirá y a todos esos santos de los cuales se burlaba y él mismo ayudó y ordenó decapitar. ¿Dónde están los lemas de patria o muerte? ¿Dónde quedaron sus impostaciones contra el Papa y los curas? O parafraseando a Manrique: ¿Qué se hizo el rey Don Juan? Los infantes de Aragón ¿Qué se hicieron? ¿Qué fue de tanto galán?
Como fruto de esa amarga aventura que tantos miles de millones le costaron a las arcas venezolanas hoy quedan tiradas en el basurero de la historia esas entelequias que a nombre del Libertador fueron creadas y sólo podían caber en la mente desequilibrada de un fanático, ficciones cuya similitud con la realidad es una mera coincidencia.

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