Han sucedido muchos acontecimientos en Bolivia que nos provocan pasmo y angustia, por decir lo menos. Era difícil dar crédito a algunas denuncias que provenían de personas o de colegas de la prensa, porque no se podía comprender, cómo, en un país civilizado, que tuvo un pasado duro pero de mayor respeto a la dignidad de sus ciudadanos, súbitamente, en pocos años, se relaja a extremos que nos producen vergüenza.
Las sospechas primero y luego las certezas de muchas acciones que acontecieron en Bolivia, nos han llevado a una situación en la que es imperdonable guardar silencio. Cuando la nación muestra una cara descompuesta hacia el exterior; cuando internamente se conoce de conspiraciones para derrocar autoridades democráticamente elegidas; cuando se avasalla a la justicia y se opta por elegir a los magistrados por voto popular pero previamente favorecidos por el aval de la Asamblea Legislativa, quiere decir que se ha perdido la rectitud y el derecho. Entonces se debe reconocer que la nación ha entrado en una crisis profunda y que se puede esperar todo.
Las sospechas primero y luego las certezas de muchas acciones que acontecieron en Bolivia, nos han llevado a una situación en la que es imperdonable guardar silencio. Cuando la nación muestra una cara descompuesta hacia el exterior; cuando internamente se conoce de conspiraciones para derrocar autoridades democráticamente elegidas; cuando se avasalla a la justicia y se opta por elegir a los magistrados por voto popular pero previamente favorecidos por el aval de la Asamblea Legislativa, quiere decir que se ha perdido la rectitud y el derecho. Entonces se debe reconocer que la nación ha entrado en una crisis profunda y que se puede esperar todo.
Hemos visto lo peor, más allá de las evidencias de abuso de poder, hurto o narcotráfico, cuando en las últimas semanas se ha conocido la existencia de una red de funcionarios corruptos, que, bajo el manto protector de cargos en importantes ministerios, se dedican a extorsionar a ciudadanos nacionales y extranjeros de forma inconcebible. Esto ante la mirada ausente de las máximas autoridades nacionales.
Todo tiene un límite y la paciencia de la ciudadanía está demostrándolo con su repudio. Lo ocurrido en especial con un ciudadano norteamericano, inversor según se sabe, a lo que se ha sumado un cadena de denuncias de otras personas afectadas, hace ver que la corrupción ha superado todo lo previsible; lamentablemente cuando desde las máximas esferas de Gobierno se insistía y se hacía gala de una nueva etapa en Bolivia, de cambio, de máxima transparencia. Nada de eso se ha visto y se puede afirmar que la situación en ese aspecto ha empeorado.
El aparato estatal está descompuesto porque desde su seno asoman los peores vicios que castigan a la población. Hablar de recibir justicia es una quimera en estos tiempos, cuando todos temen una acusación infundada, una amenaza velada, o por último un proceso judicial sin ninguna posibilidad de enfrentarlo, porque el poder lo ha decidido así. Es el momento en que el miedo afecta a la ciudadanía y es cuando empiezan a ceder las estructuras del estado de derecho. imp
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