La decisión del presidente de Costa Rica, Luis Guillermo Solís, de prohibir mediante un decreto supremo que su nombre figure en placas inaugurales de las obras públicas y que su retrato se cuelgue en oficinas públicas, ha desencadenado en las redes sociales una inusitada ola de simpatía y apoyo. La actitud de Solís ha sido bien recibida en todas partes, pero la buena acogida ha sido especialmente notable en Venezuela y Argentina, países cuyos mandatarios han adoptado una actitud opuesta.
Los argumentos con los que el presidente costarricense ha fundamentado su decisión son de lo más sencillos. “Las obras son del país y no de un Gobierno o un funcionario en particular”, ha dicho, dando al gesto un contenido que va mucho más allá de lo simbólico. Refleja toda una manera de ver las relaciones entre el poder político, la sociedad y sus instituciones, muy diferente a la inspirada en todas las formas de caudillismo.
Desde ese punto de vista, el culto a la personalidad en cualquiera de sus formas, incluso las aparentemente más inofensivas, es un vicio que a lo largo de la historia ha hecho y sigue haciendo mucho daño a los países latinoamericanos por lo que su erradicación es algo que merece tratarse como una política de Estado.
En el polo diametralmente opuesto a esa visión están países como Cuba, Venezuela, Argentina y Bolivia –en ese orden–, países en los que la adulación a los gobernantes llega con frecuencia a niveles grotescos, directamente proporcionales a la debilidad de sus instituciones. Una relación que de ningún modo es casual, como es fácil constatar a la luz de la experiencia histórica
No hay comentarios:
Publicar un comentario
evitar insultos u ofensas. ideas para debatir con ideas. los anónimos no se acepten pues es como dialogar con fantasmas. los aportes enriquecen el pensamiento.