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miércoles, 13 de mayo de 2009

Los Tiempos reitera su línea de reproche a las fuerzas opositoras que poco hacen para defender la Democracia y reclama actitudes claras de su parte

Hace un mes, un día como hoy, en el Congreso Nacional se hacían las últimas negociaciones para aprobar la Ley de Régimen Electoral Transitorio que presentó el Movimiento al Socialismo. El proyecto oficialista fue destrozado. No quedó ninguna de las oprobiosas condiciones que pretendía imponer; el MAS sufrió su primera gran derrota. Y más aún, quedó muy maltrecha su cohesión interna.
Pocos días después, se dio otro gran paso hacia la revitalización de la institucionalidad democrática cuando se produjo la recomposición de la Corte Nacional Electoral y se inició el proceso para el empadronamiento biométrico.
Todo hacía presumir que el escenario democrático, a través de las elecciones de diciembre, volvía a abrirse como un horizonte esperanzador. Con cierta dosis de optimismo se llegó a pensar que la oposición democrática saldría por fin de su extravío y comenzaría a prepararse para la lid electoral de diciembre.
Desgraciadamente, una vez más, quedó demostrado que en la Bolivia de hoy es un grueso error caer en la tentación del optimismo. Dos días después de que se aprobó la Ley Electoral, un nuevo viraje de los acontecimientos volvió a enturbiar las aguas llevándolas a los escenarios de la violencia. Terrorismo, asesinatos, encarcelamientos ilegales, mercenarios, paramilitares y actos que recuerdan los tiempos de la guerra sucia desplazaron a un plano muy secundario el proceso electoral.
Así, quienes desde el oficialismo y desde la oposición ven con desprecio los métodos pacíficos de confrontación política recuperaron el protagonismo. Unos para anotarse otra victoria, y otros para sufrir la que puede ser su última derrota.
Que eso haya ocurrido no es algo que deba sorprender. La propensión a la violencia no es algo nuevo en nuestra historia y un contexto de polarización extrema y de debilitamiento de las instituciones democráticas hacía previsible que los límites entre la acción política y la criminalidad vuelvan a hacerse difusos, como era habitual en tiempos que se creían definitivamente idos.
Lo que no es comprensible ni aceptable es el papel que en tales circunstancias juega la oposición democrática. Una oposición que por extrañas razones se niega a asumir el rol que le corresponde y en vez de hacer suyo el territorio de la democracia, lo abandona. Y lejos de defender y consolidar los espacios reconquistados, dedica sus pocas energías a dar batalla en los campos escogidos por los mercaderes de la muerte.
Mientras tanto, no hay quién se haga presente en los escenarios de la democracia. No hay quién en representación de la oposición participe en la preparación de las elecciones de diciembre. La democracia no tiene quién la cuide, mientras son demasiados los que candorosamente siguen el juego de quienes quisieran enterrarla.