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miércoles, 12 de agosto de 2009

coincidiendo con Los Tiempos el diario mayor del continente La Nación de Bs.As. se felicita del escaso oído prestado a Chávez en Quito de agresión y..

Solo el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, parece percibir "vientos de guerra" en la región, como dejó sentado en la cumbre de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), realizada en Quito. La cumbre coincidió con el traspaso de la presidencia pro témpore de un bloque cuya razón de ser aún es difusa de la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, al anfitrión, Rafael Correa, tras la ceremonia en la cual éste se validó a sí mismo como presidente de Ecuador.

Por fortuna, la mayoría de los mandatarios no se dejó llevar por los malos augurios de Chávez, insistente en la posibilidad de que derive en una guerra la decisión del gobierno de Colombia de permitir el uso de siete de sus bases a militares de los Estados Unidos como parte del plan para combatir el narcotráfico. El presidente Alvaro Uribe, ausente con aviso en la cumbre de Ecuador por su mala relación con Correa, emprendió en forma previa una gira por varios países, entre ellos, la Argentina, para aclarar que nada debían temer. No pareció convencerlos.

La Unasur ha pasado ahora a un cuarto intermedio hasta que Uribe, en una cumbre convocada para antes de fin de mes en Bariloche, dé las explicaciones del caso. En Quito, si bien hubo unanimidad en este aspecto, las crispaciones bilaterales no dejaron de brotar. Cada vez está más marcado el terreno entre presidentes cercanos al liderazgo silencioso de Brasil y disidentes que adhieren a los excesos habituales en el vozarrón de Chávez.

En el documento final no hubo una condena al acuerdo de Colombia con los Estados Unidos, razón por la cual quedan esperanzas de que todo vuelva a la normalidad o, en realidad, a aquello que en América latina puede llamarse normalidad: confrontaciones verbales, sobre todo en los Andes, que, desde el enfrentamiento de 1995 entre Perú y Ecuador, no pasan a mayores.

En nada ayuda Chávez con sus presagios bélicos, tendientes a dividir y, en cierto modo, a presionar a los otros presidentes para un escenario que nadie desea. Correa, enemistado con Uribe desde que las tropas colombianas abatieron en su territorio al segundo de las FARC, Manuel Reyes, se ha visto en aprietos por revelaciones comprometedoras que surgieron de las computadoras y los diarios del difunto, así como de un video en el cual uno de los jefes militares de la banda narcoterrorista, Mono Jojoy, habla de un presunto respaldo económico para su primera campaña electoral.

Desde la embestida de los militares colombianos, el 1° de marzo de 2008, Chávez se mostró más indignado con Uribe que el propio Correa y, en algún momento, hasta llegó a ordenar el desplazamiento de tropas a la frontera con Colombia como si la guerra fuera inminente. Barack Obama todavía no era presidente de los Estados Unidos.

Ahora, mientras todos miran a Obama para resolver la situación irregular que ha deparado la expulsión del presidente de Honduras, Manuel Zelaya, miembro del club de Chávez, el imprevisible presidente bolivariano cree oportuno aventurar "vientos de guerra" en lugar de aventarlos.

Es curioso que Chávez no se haya replanteado por qué en su país, según informes del Departamento de Estado, creció en forma notoria el narcotráfico en los últimos años, por el uso de aeropuertos clandestinos para trasladar la droga proveniente de Colombia, mientras México libra una guerra sin cuartel contra los carteles. Es curioso, también, que ninguno de sus pares de la región le haya preguntado qué haría para combatir ese flagelo si Colombia no recibiera ayuda norteamericana. Poca gracia pudo haberle causado a Uribe que Chávez honrara a Manuel Reyes tras su muerte con un minuto de silencio.

En México, mientras se reunía con el anfitrión, Felipe Calderón, y el primer ministro de Canadá, Stephen Harper, Obama daba señales de empezar a entender las actitudes de algunos presidentes de la región: "Los mismos críticos que dicen que los Estados Unidos no han intervenido lo suficiente en Honduras dicen que nosotros siempre estamos interviniendo y que los «yanquis» tienen que salir de América latina. Eso indica cierta hipocresía".

Es cierto: la región debería ser más madura para resolver sus problemas y no esperar, como después del golpe en Honduras, que aquel al cual no dejan de mirar con desconfianza traiga la solución. En ocasiones, el excesivo respeto del supuesto líder regional, Brasil, permite que Chávez capitalice la palabra y, de ese modo, fije una posición que parece ser de todos.

Está claro que los elogios de Obama a Luiz Inacio Lula da Silva no han sido gratuitos: le dio la derecha para resolver este tipo de cortorcircuitos. En Quito, hasta la presidenta Cristina Kirchner, a veces propensa a dejarse llevar por los cantos de sirena del retrógrado socialismo del siglo XXI, se mostró prudente. La mayoría debió mostrarse preocupada, más que prudente, no sólo por las bases norteamericanas en Colombia, sino, también, por lo poco que hacen algunos gobiernos dentro de sus propios territorios para evitarlas. Es decir, por combatir el narcotráfico. En ese aspecto y otros, siempre es más fácil ver la viga en el ojo ajeno.