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martes, 29 de septiembre de 2009

resulta que para Evo es un tema recurrente, la injuria, el libelo, el insulto en su trato con presidentes que no están de acuerdo con él. no puede ser

De la diatriba y los insultos

Mauricio Aira

El Presidente Morales dice lo que quiere, pero se niega a oír lo que no quiere. Nos referimos a la ya larga serie de generalizaciones y calificaciones con que denigra a gobernantes extranjeros y a sus colectivos olvidando la dignidad y el decoro que representa una investidura presidencial. A semejanza de Hugo Chávez llamado con fundamento “el bocón” llena de insultos a los dignatarios de Perú y Estados Unidos entre otros. Utiliza con demasiada frecuencia el insulto y la diatriba.

Aun cuando “insultar es un arte que supone talento” para algún notable, lo evidente es que la recurrencia permanente, como parte de su ser, a descalificar a su rival o simplemente a quién no está de acuerdo con sus procederes, se está constituyendo en motivo de rose, de malestar que no termina en el enfrentamiento de los de arriba sino que deriva en la base social, en el ciudadano común que se ve gratuitamente enfrentado a otro por culpa “de su presidente” y degrada la relación y el diálogo que deberían ser la norma. A ningún boliviano le gusta que digan de su Presidente que busque “un tratamiento psiquiátrico”, como respuesta al insulto “antes los delincuentes se escapaban a EEUU, ahora se escapan a Lima”.

Por enésima vez en corto tiempo los diarios peruanos llenan de insultos a Evo Morales al punto que provocan la reacción de Chávez que asegura que “están fuera de lugar y son un insulto y una diatriba” contra Morales. Los funcionarios de éste han copiado los adjetivos del venezolano “queremos manifestar nuestra profunda indignación por titulares de diarios peruanos que generan una suerte de insulto y diatriba” alguno de ellos siguiendo el ejemplo de su Jefe insinuó que tal actitud era “resabio racista en la prensa y opinión pública”, carentes de un sentido ético los funcionarios de La Paz, no se refieren para nada a los insultos y diatribas de Evo Morales.

Fuera de nuestra mente ingresar en la motivación del libelo, de la sátira y los injuriosos ataques del ocupante del Palacio Quemado a todas ultrajantes, oprobiosos, que deshonran y escarnecen tanto a Alan García como a Barrack Obama, puesto que nada justifica la sustitución de la dialéctica cortés, el debate que son propios de sociedades democráticamente maduras, en las que se honra el sistema, la ley y su espíritu.

No considera nuestro análisis la justa indignación y aún la firmeza que debería expresar excepcionalmente un mandatario, ya Demóstenes y Cicerón se ocuparon de ello incorporando las formas de filípicas y catilinarias para comunicar el enojo sin llegar al oprobio ni al ultraje. Alguno lo dijo “se puede emitir el insulto más airado sin que conlleve calumnia, ni se incorpore a la violencia verbal”, claro está que pedirle tal cosa a Chávez o a Morales es demasiada pretensión. Hay no obstante una diferencia del mero insulto y lejos del libelo y que combina tres elementos: la indignación moral, la verdad y la inteligencia, aunque la hipérbole, la exageración aparente, resulta una verdad de fondo y demuestra con elocuencia resonante el porqué de la indignación. (William Cooper Brann)

Tiene que existir algún ministro o asesor cercano al Jefe de Estado que le señale lo peligroso de su andar. Los pueblos como las personas tienen reacciones que podrían convertirse en acciones negativas para el colectivo boliviano. Además si la fama de Morales de tratar a los demás en la forma invectiva y ultrajante como lo hace, aumenta y llega a sus amigos de antes, se quedará cada vez más solo y entonces ni los cantos de sirena, ni la esperanza más extrema acudirán en su ayuda.

El tiempo electoral pasará “como las nubes cuando las bate el viento”, los ánimos llegarán a serenarse y la pasión y euforia de arrebatarle votos al pueblo se habrán olvidado. Lo que será difícil de borrar sin despertar rencores serán los insultos, la diatriba que no es otra cosa que una forma de herir e injuriar con la palabra emponzoñada. A no pocos provoca terror la campaña de descrédito que consigue intimidar al adversario y hacerle desistir convirtiendo al insulto en un garrote.