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lunes, 1 de marzo de 2010

reclama solidaridad con víctimas del terremoto el importante diario Los Tiempos de Cochabamba

Cuando el mundo entero todavía no terminaba de reponerse de la profunda conmoción que causó el terremoto que el pasado 12 de enero redujo a ruinas la capital de Haití y ocasionó la muerte de más de 200 mil personas, un nuevo sismo, de magnitud mucho mayor, sacudió gran parte del territorio de Chile la madrugada del pasado sábado.

Entre uno y otro embate de la naturaleza ha habido apenas algo más de un mes de distancia. Ese dato, que no tiene antecedentes, parece confirmar los peores temores de los expertos en sismología según quienes nuestro planeta está ingresando a una fase de actividad sísmica inusual no sólo por la frecuencia con que se producen movimientos telúricos, sino por su intensidad.

Lo ocurrido durante las últimas horas parece confirmar tales previsiones, lo que obliga a todos, y no sólo a quienes viven en las zonas afectadas o más proclives a sufrir tales calamidades, a asumir el reto con una seriedad proporcional a la magnitud de los peligros. Sentir como si fueran propios los males de otros pueblos, aprender de sus aciertos y no cometer sus errores es parte fundamental de tal tarea.

La solidaridad con las víctimas, por supuesto, es la prioritaria y la más inmediata. Identificar, desarrollar y perfeccionar las habilidades colectivas necesarias para hacer llegar el auxilio a quienes más lo necesitan es un ejercicio en el que bien vale la pena que se involucre toda la sociedad, aunque los frutos del esfuerzo parezcan pequeños si se los compara con la magnitud de la calamidad.

Pero además de la solidaridad, hay otra razón de peso para que experiencias como la de Haití o la de Chile sean vividas como si fueran propias. Es que cada una de ellas, a su manera, muestra lo importante que es el factor humano, expresado a través de la solidez de las instituciones y la conducta de la ciudadanía, tanto para prever como para afrontar las consecuencias de grandes desastres.

Vale la pena recordar, al respecto, que según las primeras evaluaciones sobre los daños ocasionados por el sismo haitiano, la mayor parte de las 200 mil muertes se produjo como consecuencia del desmoronamiento de casi el 80 por ciento de los edificios públicos y privados. La experiencia posterior al sismo, por su parte, puso en evidencia la debilidad de las instituciones públicas y privadas, lo que todavía dificulta las tareas de ayuda a las víctimas y de reconstrucción del país.

El caso chileno, por contraste, enseña que la magnitud de los daños causados por un desastre natural no depende sólo de la intensidad con que se manifieste sino, y principalmente, de la eficiencia con la sociedad se prepare para prevenirlos y afrontarlos.

Pese a que el terremoto de Chile fue de una intensidad y duración mucho mayor, los daños causados fueron menores, lo que sólo se explica por la diferente calidad de las edificaciones, fiel reflejo a su vez de la alta calidad del andamiaje institucional del país.

Aunque todavía no se conoce la real dimensión de los daños materiales, ni se sabe a cuánto asciende la cantidad de víctimas del terremoto chileno, ya se ha podido comprobar que llegado el momento de las más difíciles pruebas, el factor humano expresado en las instituciones y la conducta de las personas, es el que hace la mayor diferencia.

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