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viernes, 16 de abril de 2010

palabras de sabiduría del diario Los Tiempos cuando retrotae su art. "El miedo, instrumento del poder" de hace un año

Hace un año, el 16 de abril de 2009, un día antes de que irrumpa en el escenario político nacional el tema del terrorismo, decíamos en este espacio editorial, bajo el título “El miedo, instrumento del poder”, que había abundantes motivos para temer que el proceso político boliviano, en su incesante marcha hacia la consolidación de un régimen totalitario, estaba a punto de ingresar a una nueva fase que tendría en la utilización del miedo su principal característica.

“El miedo, cuando es inculcado a la sociedad desde las más altas esferas del poder, se constituye en un formidable instrumento de dominación política y control social. Cuando es hábilmente empleado, resulta más efectivo que cualquier instrumento legal”, decíamos. Y agregábamos que “quien logra infundir miedo se apropia de por lo menos una parte de la voluntad de sus oponentes.

Y logra así algo que muy difícilmente conseguiría por otros medios: la autocensura, la pasividad, la sumisión”.

Paralelamente, en una serie de editoriales que de manera repetitiva se referían al tema, se advertía sobre el peligro de que las corrientes antidemocráticas de la oposición se constituyan en un factor útil para el avance del autoritarismo, en uno de sus pilares. “En todo momento, pero con mayor razón en circunstancias como las actuales, es necesario que las luchas por la defensa de la democracia, la justicia y los derechos ciudadanos se enmarquen precisamente dentro los límites que imponen esos valores.

Cualquier acto que se salga de ellos sólo contribuirá a que se imponga el espíritu autoritario”, decíamos el 17 de marzo, un mes antes del inicio del “caso Rósza”.

Por ello, una de las principales tareas pendientes de la oposición democrática era marcar con toda claridad sus diferencias con la que optaba por la violencia. Al referirnos a la oposición cívico-regional de Santa Cruz, destacábamos las muestras que daba de haberse alejado de “las corrientes antidemocráticas y violentas que en algún mal momento se impusieron”, aunque lamentábamos que no lo hubiera hecho más clara y oportunamente.

Ahora, un año después de los acontecimientos con los que se sacó a luz el “caso Rósza” y sus supuestos nexos importantes organizaciones y personalidades de Santa Cruz, resulta ineludible hacer un balance del año transcurrido y de los resultados obtenidos por quienes fueron los principales protagonistas de tan luctuosos hechos.

Al hacerlo, lo primero que cabe destacar es que este caso, como muchos otros, enseña que no hay peor combinación que la que se produce cuando en algún punto del camino se encuentran quienes son más propensos a recurrir a la violencia y a la ilegalidad por diferentes que sean las causas en cuyo nombre actúan. A la larga, de uno y otro modo, terminan complementándose y a su paso dejan abundantes estragos en la institucionalidad democrática y el sistema de principios, valores, y leyes que lo sostienen.

Cuando eso ocurre, quienes más posibilidades de imponerse no son quienes más razón tienen, sino los circunstancialmente más fuertes. La verdad y la justicia son las principales víctimas, con lo que se allana el camino al uso abusivo del poder.

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