Cuando Hugo Chávez prácticamente apartó a su colega Evo Morales en el Palacio de Gobierno para recibir el parte de los Colorados de Bolivia, no sólo estaba dejando en claro quién es el que manda en el país, sino también recordándoles a buena parte de los uniformados bolivianos quién es el que les paga los sueldos.
Ese detalle le dio la autoridad a Chávez para despotricar el 11 de septiembre de 2008, cuando desde Caracas daba órdenes expresas a los militares bolivianos para reprimir con toda su fuerza a los pocos pandinos que todavía se resistían a la sangrienta toma del departamento, donde tuvo mucho que ver no sólo la aviesa participación del ex ministro de la Presidencia, Juan Ramón Quintana (los ojos y oídos de Venezuela en Bolivia), sino también los ojos bien cerrados de los militares acantonados en Pando, que se prestaron para que se produzca aquella patraña. Al final tuvieron su premio. El Estado Plurinacional nombró precisamente a un uniformado como sustituto de un prefecto electo y ratificado mediante el voto popular.
Hugo Chávez, aspirante a montar su propio imperio en América del Sur, sabe que tomar el corazón del continente es un asunto clave y para ello nada menos que aliarse con los militares, en un país cuya democracia tan débil depende casi exclusivamente de ellos. Además de la compra de lealtades mediante jugosos bonos, Venezuela ha financiado la construcción de numerosos regimientos fronterizos y está edificando una base militar en Warnes, desde donde se propone controlar todo el oriente boliviano, la única región del país que se opone a su proyecto.
En septiembre de 2008 el entusiasmo de Hugo Chávez por consolidar su estrategia militar era tan grande, que estuvo a punto de desatar el “Vietnam” que tanto venía anunciado y que fue frenado por la intervención de Unasur, sobre todo por el presidente brasileño Lula Da Silva, quien le advirtió a su colega venezolano que ni sueñe con mandar tropas a un territorio que está en las narices de la Amazonia de Brasil. La intención del comandante venezolano, usando al Gobierno de Morales como escudo, haciéndole creer que sólo trabaja para él, era conquistar por la fuerza toda la “Media Luna”, usando el pretexto del separatismo y las supuestas intenciones de independencia. El cerco a Santa Cruz fue la mejor prueba de aquella táctica que abortó un tanto por la presión internacional y otro tanto por la resistencia de un puñado de militares que rechazaron semejante aventura descabellada.
Aquello que se había planeado mediante la violencia, emulando las intenciones del Che Guevara en Bolivia, ha sido reestructurado y tiene la forma de una estrategia que supuestamente tiene que ver con el control fronterizo. Los militares, con plata venezolana y con comandante civil, se han apoderado de la mitad del país, tienen tuición sobre la producción del oro, de la madera y otros negocios.
También cuentan con nueva doctrina, socialista, antiimperialista y que incluye la posibilidad de formar milicias. Evo Morales no está involucrado del todo en este plan, no porque no pueda o no quiera, sino porque escapa a su voluntad, de la misma manera que le ocurrió
aquella vez en el Palacio Quemado.
Hugo Chávez aspira a montar su propio imperio en Sudamérica y sabe que Bolivia es clave. Por ello quiere aliarse con los militares, en un país cuya democracia tan débil depende casi exclusivamente de ellos.
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