En Latinoamérica se tiende a glorificar el pasado como una “etapa de oro” en la historia mundial, a pesar de que la mayoría de los estados nacionales surgieron recién en el siglo XIX y en estas dos centurias la mayor parte del relato cronológico estuvo protagonizado por dictaduras y guerras; además de ello, se pretende justificar una supuesta “superioridad” geográfica y humanista en la región, despreciando ideas libertarias fuera del hemisferio.
Esta línea de pensamiento está fuertemente respaldada por gobernantes mesiánicos, altamente autoritarios y marcadamente socialista-populistas. Uno de los mayores propulsores de la corriente de adoración del pasado es Evo Morales, un presidente que se jacta de ser el “más demócrata” de los últimos años.
Autoridades electas son perseguidas por supuestos hechos de corrupción y “faltas graves al Estado” en Bolivia. Varios líderes opositores están suspendidos en sus cargos, presos, sin proceso judicial o en el exilio. Las protestas sociales escasean cada vez más, no por el descontento generalizado, que realmente existe, sino por la falta de liderazgos alternativos al oficialismo, y las manifestaciones que hay son cruelmente reprimidas, como en los antiguos gobiernos conservadores.
Hace pocos días, Evo promulgó un decreto por el cual se clausurará y censurará por un año a todos aquellos medios de prensa que “reincidieran en publicar declaraciones o artículos racistas” en el país. Si bien es cierto que existe mucha discriminación étnica, no es menos real que de esta forma se violan directamente los principios universales de libertad de expresión y de prensa.
Todo individuo que osara criticar por razones incluso políticas o ideológicas, a través de la prensa, puede ser castigado “en el país democrático” de Morales. En pleno siglo XXI lo que menos necesita una dictadura son botas y armas; hoy se impone con leyes sancionadas en un Parlamento sometido.
Es terrible leer a diario los atropellos a los derechos fundamentales por parte del gobierno de Morales. Amedrentamientos a la oposición, persecución a periodistas críticos, amenazas de utilizar legislaciones en contra de la disidencia, expropiaciones a empresas extranjeras, recortes presupuestarios a regiones independentistas, etc. Sin embargo, algo muy distinto es corroborar de manera sistematizada, sorprendente y en “carne propia” qué tan desarrollado está un sistema autoritario que se jacta de ser “democrático, histórico y popular”.
Hace unas semanas, durante unas investigaciones periodísticas sobre el “Caso Cossío” en la ciudad de Tarija, con otro colega, fuimos testigos del poderoso control ejercido por el Estado a todo aquello que esté fuera de lo normal. Durante dos horas fuimos interrogados por la policía local, detenidos en un hotel, con el “único delito” de informar a la población lo que verdaderamente está ocurriendo hoy en día en Bolivia. Aunque no estábamos acusados por alguna actividad ilegal en el país, la seguridad pública boliviana quiso saber qué hacíamos en el país, en dónde estábamos informando y qué contenido tenían nuestras informaciones.
Como en todo régimen despótico, retuvieron nuestros documentos, y tras ver que todo estaba en orden, no tuvieron otra opción que devolvérnoslos. El gobierno socialista explicó posteriormente que se trababa de “un control rutinario” a extranjeros. Sin embargo, la policía exigió detalles de nuestra labor en la ciudad, solicitó nuestras acreditaciones de prensa y requirió los nombres de todas las personas a quienes entrevistamos durante la investigación. ¿Qué clase de gobierno democrático interroga a periodistas por varias horas con el fin de saber que “todos sus documentos están en regla”?
Solo un Estado totalitario teme a la prensa libre y a las opiniones disidentes. Lamentablemente, en Bolivia hay mucho temor por parte de la población, cada vez menos gente quiere involucrarse en “cuestiones políticas”, en reuniones de comités cívicos, en debates sobre la realidad nacional y levantar la voz contra el sistema imperante.
En todos los países del mundo los gobiernos carcomen la libertad individual de sus propios patrones; sin embargo, en la actualidad, Bolivia está dando un paso más hacia la supresión total de la realidad y con ella la imposibilidad de vivir acorde a la libertad que no le pertenece a ningún Estado y mucho menos a un presidente adorador de la miseria y esclavitud humanas.
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