Evo Morales Ayma representa --por razones de decepción y castigo político, por cuestiones de identificación étnica y sobre todo por un costoso marketing político liderado por profesionales con experiencia caribeña--, el fin de una etapa y el inicio de otra, es decir, el cambio, cambio que es sinónimo --según el Gobierno-- de revolución, palabrita que incluso hace parte de eslóganes propagandísticos, leyes y decretos.
El Vicepresidente, con cierta frecuencia, nos recuerda las etapas y logros alcanzados, y las metas que aún quedan por conquistar en esa revolución total, en donde lo político, económico, ideológico, ambiental, cultural, social y moral hacen parte del mismo combo.
Desde que el vicepresidente García Linera anunciara el Decreto 748 más conocido como el “gasolinerazo”, los bolivianos, el pueblo, los afines al proceso de cambio con esa fuerza y poder de convocatoria que les caracteriza y también los opositores con la debilidad y timidez también típica en ellos, han dejado al descubierto lo poco que se ha hecho en estos cinco años en materia de revolución.
Lo económico ya no es sujeto a ninguna revolución que no sea la de la oferta y la demanda. Lo político nos tiene hastiados a todos y es pretexto para dejar de hacer lo vital. Lo ideológico -- calladito, confundido, temeroso y rabioso-- se queda en el armario de la retórica al momento de alimentar, vestir y educar a los hijos. Lo cultural aún no lo podemos poner en blanco y negro. Lo ambiental sigue en la categoría de discurso. Lo social y moral –pese a la inversión mediática— es mentira.
La realidad es otra, diferente a los discursos con los hermanos campesinos y cocaleros, compromisos con movimientos sociales y propagandas televisadas. La realidad está en los paros y bloqueos, en la suspensión de clases, en la imposibilidad de ganarse el ingreso del día, en las encuestas recientemente publicadas que muestran a las principales figuras de Palacio en su peor momento y que nos hacen desconfiados de ese 64 por ciento recogido en las urnas hace sólo meses. La realidad -ausente de revolución moral- también está en la alevosía del conductor, en la prepotencia de la vendedora de comida, en la desfachatez del taxista, en la intolerancia a la diferencia.
¿Dónde está, entonces, la revolución social y moral de Evo Morales? Ya son cinco años de revolución y el pueblo aún marcha por mejores condiciones de vida. El pueblo está en las calles porque lo que obtiene por su trabajo sencillamente alcanza para menos que antes.
¿Dónde está la revolución social y moral cuando muchos jóvenes campesinos y con mayor razón de las ciudades, sostienen que el estudio está demás pues igual se puede llegar a ser presidente o ministro; que está viendo que no se necesita ninguna preparación para ser mejor en la vida, que cree que “meritocracia” es un delito citado en el Código Penal o que al menos es una grosería?
¿Dónde está la revolución social y moral si cada día vemos hechos tan complejos y lamentables como un grupo de niños de una zona periurbana que motivado por sus padres, bloquea su calle y obliga a pagar un boliviano al que necesita transitarla?, ¿dónde está la revolución social y moral si los medios que difundieron este hecho no tienen la capacidad para cuestionar y censurar este vergonzoso hecho?
El pueblo, ése al que se le llenó el bolsillo con bonos, el corazón con esperanzas y la cabeza con discursos, hoy demanda a Evo una verdadera revolución, revolución que dé de comer, que envíe a los niños a la escuela, que nos haga ciudadanos educados y respetuosos; de lo contrario, los hijos de la revolución de Evo exigirán con sangre aquello que hoy cuestionamos. La autora es comunicadora social molmitos2010@gmail.com
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