El “caso Rozsa” está desahuciado. Ha llegado a un punto en que cada paso que se da para hacerlo avanzar es un golpe para el propio gobierno.
Se ha convertido en un monstruo como el que creó el doctor Frankenstein. Está amenazando al gobierno, como lo dijo el propio fiscal Marcelo Soza en una conversación telefónica.
Ha quedado claro que todo el operativo “separatismo-terrorismo” fue inventado para acabar con el liderazgo cruceño.
El objetivo ha sido logrado, pero por alguna extraña razón el gobierno insiste en mantener en pie el mamarracho.
La embajadora de Croacia en Santiago ha venido a Bolivia para pedir que se haga justicia. Vino a mostrar respaldo a Mario Francisco Tadic, pero su propósito es enviar un mensaje a todos los croatas y descendientes de croatas que existen en Bolivia. Los Ivos y los que se tienen nombres parecidos, han sido convocados a esta causa. Algunos se han sentido aludidos, otros sólo han mostrado mal humor.
El caso había llegado a su nivel más bajo cuando la senadora Carmen Eva Gonzales (mi homenaje a ella) difundió las grabaciones en que Soza admite que todo fue un montaje.
Allí se descubre que el nombre de Soza se había convertido en un “cuco”. La grabación dice que, el año pasado, la candidata Jessica Jordan pidió que Soza vaya al Beni porque esperaba usarlo como amenaza y obtener dinero para su campaña usando su nombre como chantaje.
Fue el momento más débil. El caso estaba condenado. Desde entonces, el gobierno ha decidido rearmar el equipo, darle oxígeno, soplarle en las partes que puedan resucitarlo.
La renuncia de Soza era la admisión de que todo estaba acabado. Pero alguien ordenó que se hiciera algo para recuperar el vigor.
Desde ese momento se han dado hechos incoherentes de parte del gobierno. Soza decidió decir que su renuncia irrevocable no lo era. El fiscal general tuvo que decir que Soza estaba de vacaciones. Y ahora se llama al exministro Eduardo Rada, que había sido expulsado del paraíso. Por el momento, la palabra de orden es que se debe cerrar filas.
Por favor: si nos van a mentir, por lo menos inventen cosas más o menos verosímiles. Hay dramaturgos capaces de hacerlo.
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