Desde el mismo día de su dudosa victoria que lo entronizó en la presidencia de Venezuela, no ha habido un solo día en que Nicolás Maduro no se haya dado a la tarea de expedicionario, buscando en todos aquellos países donde su finado micomandante derrochó a manos llenas los 14 mil millones de millones de dólares que la madre naturaleza le obsequió a ese noble pueblo venezolano.
Como dichos dineros provenían de un bolsillo de libre disponibilidad y casi en su totalidad iban destinados al culto de la personalidad del orate, casi nunca ingresaron con asientos contables fáciles de detectar. De ahí que los créditos se confundieron con donativos y viceversa.
La gallina de los huevos de oro, convertida en el pato de la boda para semejante derroche de fondos, fue PDVSA, la empresa nacional del petróleo que a finales de 1998, cuando empezó este festín, producía 3.200.000 barriles de petróleo por día, hoy está en 2,357.000, debido a la misma fórmula socialista de manejo empresarial que los bolivianos aplicamos en Huanuni y/o en YPFB desde la “nacionalización”. La petrolera venezolana tenía entonces 30 mil empleados, hoy tiene 120 mil. Es decir, la nómina se incrementó en 300%. Se prescindió del personal de nivel profesional y técnico superior y se la repuso con personal de muy bajo nivel en calidad profesional. El gabinete ministerial que en 1999 constaba de 16 ministros, hoy cuenta con 36 burócratas que entre sus mayores logros está el haber incrementado la planilla de empleados públicos de 1.395.326 que eran en 1999, a 2.500.000 de hoy. Asimismo, la deuda externa del país, que al cierre de 1998 era de 28.455 millones de dólares, se acrecentó a 105,779 millones, al cierre del año 2012.
Más de 500 millones de dólares de ese dinero mal administrado vino a parar a Bolivia, y a otros países, donde el despilfarro superó los 60 mil millones de dólares anuales. Sólo a Cuba se le entregan 13.000 millones de dólares por año, mientras en el país los hospitales públicos están a punto de cerrar sus puertas por falta de implementos y medicinas. A ese ritmo de dilapidación endemoniado era previsible la debacle interna que se ha producido allí; un aparato productivo totalmente destruido, que no tiene la capacidad de satisfacer la demanda, ni de los más elementales productos alimenticios y menos, de bienes de servicio para el uso de su población, como es la ridícula carencia de papel higiénico, del cual era otrora un importante exportador.
Ante los datos expuestos, es claro suponer que los actuales gobernantes salgan a buscar las monedas que se puedan haber quedado desparramadas luego de semejante derroche y algunos alimentos que mitiguen el desabastecimiento y el hambre de su pueblo. Lo jocoso radica en que para ese fin enarbolan todavía la risible muletilla de la guerra contra los EE.UU. sin aclararnos siquiera ¿Y qué pasaría si les ganamos? Quizás lo más honesto y práctico sería reconocer que en su visita a Cochabamba, Maduro no vino a conciliar, sino a ajustar cuentas.
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