Estatismo, socialismo, comunismo, cualquiera que sea la forma de organización de la economía bajo el impulso del colectivismo, el resultado no puede ser más que el fracaso. Bajo esos parámetros, la propiedad, una de las leyes naturales de cualquier organización social, prácticamente desaparece y es suplantada por un concepto etéreo y abstracto de posesión, que solo existe en las cabezas de los teóricos, que buscan afanosamente que la realidad se adapte a su forma de pensar y de especular.
En la desaparecida Unión Soviética, los trenes del Estado, que eran de todos, pero que no eran de nadie en realidad, llevaban el carbón desde Siberia hasta los principales centros urbanos e industriales. Estos medios de transporte llegaron a deteriorarse tanto, que muchos de ellos llegaban prácticamente vacíos a su destino. La carga se caía en el camino por los grandes agujeros en el piso de los vagones. En las zonas de cultivo, las cosechadoras recorrían religiosamente los campos, pero no recogían nada porque todo se había secado, se lo habían devorado las plagas o simplemente las semillas no habían germinado. A nadie le importaba nada, ni a los trabajadores, ni a los burócratas o a los camaradas del partido que solo se preocupaban de acumular poder y de adular al jerarca de turno. Todos recibían sus sueldos cada mes haya o no producción.
La Unión Soviética se cayó por muchas razones, pero más que nada porque el país más grande del planeta estaba bajo una gran amenaza de hambruna por la escasez de cereales y de energía. En la nación comunista solo unos privilegiados podían conseguir alimentos abundantes, como ocurre hoy en Cuba, donde operan mafias políticas que, en el caso de Rusia se apoderaron del Estado y no lo han soltado hasta hoy.
Cuando el presidente Morales denuncia la existencia de una “aristocracia minera” enquistada dentro del complejo de Huanuni, que ha terminado por llevar a la quiebra al mayor yacimiento del país, lo que quiso decir en realidad es “mafia minera” que en poco tiempo se ha adueñado de ese recurso y lo explota para beneficio de unos cuantos. El problema es que desde otro punto del país le han contestado al primer mandatario y le han echado en cara la existencia de una “aristocracia cocalera”.
Lamentablemente podríamos seguir enumerando una gran cantidad de “aristocracias” que están creciendo en Bolivia y otras que se están fortaleciendo gracias al Estado Socialista Plurinacional. Está la aristocracia de los “chuteros”, por ejemplo, pariente muy cercana de los narcotraficantes y de las bandas de ladrones de autos. Se ha comprobado que hay una aristocracia de los contrabandistas, a quienes se tolera sin mayor disimulo “por razones sociales”. Lo mismo sucede con los informales que se esconden detrás del Régimen Simplificado y en el sector productivo, están proliferando como moscas las aristocracias de falsos agricultores que se dedican a rescatar maíz, arroz o trigo para venderle a Emapa a mayor precio. Todo esto ocurre gracias a los cupos que otorga el Gobierno, a las prohibiciones de exportación que se aplican a los que no son “aristocráticos” y al compadrerío que fomenta el régimen con ciertos sectores.
Casi todas las “aristocracias” con potencial de apoderarse del Estado (primero lo tienen que destruir como es el caso de los mineros) son en realidad transnacionales del crimen y a diferencia del discurso de su promotor –el Estado Plurinacional-, no tienen el menor sentido social y les importa un comino la soberanía o la dignidad del país. Cuidado que, como el caso de Rusia, terminemos en las manos equivocadas.
En la desaparecida Unión Soviética, los trenes del Estado, que eran de todos, pero que no eran de nadie en realidad, llevaban el carbón desde Siberia hasta los principales centros urbanos e industriales. Estos medios de transporte llegaron a deteriorarse tanto, que muchos de ellos llegaban prácticamente vacíos a su destino. La carga se caía en el camino por los grandes agujeros en el piso de los vagones. En las zonas de cultivo, las cosechadoras recorrían religiosamente los campos, pero no recogían nada porque todo se había secado, se lo habían devorado las plagas o simplemente las semillas no habían germinado. A nadie le importaba nada, ni a los trabajadores, ni a los burócratas o a los camaradas del partido que solo se preocupaban de acumular poder y de adular al jerarca de turno. Todos recibían sus sueldos cada mes haya o no producción.
La Unión Soviética se cayó por muchas razones, pero más que nada porque el país más grande del planeta estaba bajo una gran amenaza de hambruna por la escasez de cereales y de energía. En la nación comunista solo unos privilegiados podían conseguir alimentos abundantes, como ocurre hoy en Cuba, donde operan mafias políticas que, en el caso de Rusia se apoderaron del Estado y no lo han soltado hasta hoy.
Cuando el presidente Morales denuncia la existencia de una “aristocracia minera” enquistada dentro del complejo de Huanuni, que ha terminado por llevar a la quiebra al mayor yacimiento del país, lo que quiso decir en realidad es “mafia minera” que en poco tiempo se ha adueñado de ese recurso y lo explota para beneficio de unos cuantos. El problema es que desde otro punto del país le han contestado al primer mandatario y le han echado en cara la existencia de una “aristocracia cocalera”.
Lamentablemente podríamos seguir enumerando una gran cantidad de “aristocracias” que están creciendo en Bolivia y otras que se están fortaleciendo gracias al Estado Socialista Plurinacional. Está la aristocracia de los “chuteros”, por ejemplo, pariente muy cercana de los narcotraficantes y de las bandas de ladrones de autos. Se ha comprobado que hay una aristocracia de los contrabandistas, a quienes se tolera sin mayor disimulo “por razones sociales”. Lo mismo sucede con los informales que se esconden detrás del Régimen Simplificado y en el sector productivo, están proliferando como moscas las aristocracias de falsos agricultores que se dedican a rescatar maíz, arroz o trigo para venderle a Emapa a mayor precio. Todo esto ocurre gracias a los cupos que otorga el Gobierno, a las prohibiciones de exportación que se aplican a los que no son “aristocráticos” y al compadrerío que fomenta el régimen con ciertos sectores.
Casi todas las “aristocracias” con potencial de apoderarse del Estado (primero lo tienen que destruir como es el caso de los mineros) son en realidad transnacionales del crimen y a diferencia del discurso de su promotor –el Estado Plurinacional-, no tienen el menor sentido social y les importa un comino la soberanía o la dignidad del país. Cuidado que, como el caso de Rusia, terminemos en las manos equivocadas.
Cuando el presidente Morales denuncia la existencia de una “aristocracia minera” enquistada dentro del complejo de Huanuni, que ha terminado por llevar a la quiebra al mayor yacimiento del país, lo que quiso decir en realidad es “mafia minera” que en poco tiempo se ha adueñado de ese recurso y lo explota para beneficio de unos cuantos.
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