Qué sentido tiene hacer una evaluación del año que termina, si la voz autorizada la tienen los cocaleros, quienes acaban de darle su nota de aprobación a la gestión gubernamental. Supuestamente ha sido un mal año para los productores de coca, a juzgar por las divulgaciones que hace el Gobierno de los datos de erradicación de cultivos excedentes, pero vaya uno a saber qué tipo de parámetros toman en cuenta a la hora de hacer sus balances. A lo mejor la liberación de Juan Cutipa, acusado del desvío ilegal de 45 toneladas de coca, ha sido un factor a destacar ya que se trata justamente de un funcionario reclutado de los sindicatos del Chapare.
Esto que parece una anécdota, sigue siendo el talón de Aquiles de la administración masista, que tras ocho años de ejercicio del poder, no ha conseguido estructurar un Gobierno que contemple a todos los bolivianos, abarcando la diversidad étnica, geográfica y regional, sin hacer distinciones odiosas que cada vez incomodan más, por el sectarismo y el revanchismo que llevan consigo.
El país se está preparando para enfrentar un 2014 marcado por una campaña electoral muy reñida, pues el oficialismo, más que su angurria por ganar, ha asumido el reto de incrementar o cuando menos mantener el peso político que le ha permitido en los últimos años dominar el pleno del poder republicano, al punto de llevar a Bolivia hacia un modelo autocrático que se traduce en abusos, atropellos y violaciones a los derechos de los sectores que no comulgan con las políticas y las decisiones del régimen.
¿Cuál será la estrategia para conseguir ese 70 por ciento con el que sueña el presidente Morales desde hace tanto tiempo? No cabe duda que en el pasado le ha resultado sencillo el truco “divide y reinarás”, pero a estas alturas, lamentablemente el país está demasiado aporreado por enfrentamientos y por odios inducidos, que apelar a la misma cantaleta sería un error. ¿Hasta dónde llega la amenaza de enterrar a los opositores? La gente ya no quiere un retorno a las trincheras, a los cercos y las barricadas que fueron artificialmente creados para apuntalar un poder que se ha ganado demasiados anticuerpos, hecho que ahora preocupa a los operadores del MAS que buscan cómo recuperar posiciones.
Acaba de surgir una conclusión a partir de las encuestas que expresa muy bien el sentir de una población que no ha percibido un verdadero cambio en el país y que el apoyo del que sigue gozando el oficialismo, está basado en la entrega de obras, en los regalos, en las dádivas y la repartija que permite la bonanza de ingresos económicos producto del auge de los precios de nuestras materias primas. En otras palabras, la política sigue siendo ese factor de trueque que la fragiliza ya que detrás del voto no hay confianza y menos convicción en la construcción de un futuro. Desde ese punto de vista, el Gobierno enfrenta un vaciamiento ideológico que trata de llenarlo con espejismos como el doble aguinaldo, el satélite, el Dakar y otras distracciones.
Si bien la oposición no goza de buena salud y hasta el momento no consiguen estructurar una propuesta alternativa con un perfil claro y sólido, existe todavía un voto duro que resulta contrario al Gobierno y que puede aflorar con fuerza en las elecciones. Esto también juega como un caldo de cultivo para un retorno a la “regionalización” de la política, algo que también promete agitación social. Por último hay que tomar en cuenta algunos pronósticos que han hecho organismos internacionales que ven en Bolivia serias amenazas de alteración de la paz social. Esperemos que los gobernantes no sean precisamente los que se conviertan en los detonantes de estos escenarios indeseables.
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