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martes, 15 de julio de 2014

el título excelente: Brasil a la hora de la resaca. después de la farra, el dolor de cabeza, el regreso a la realidad.el alto costo del Mundial del fútbol, que luego del rotundo fracaso se viene con todo su peso de insatisfacción y descontento

Todos sospechábamos el peso que tiene el fútbol en el mundo, pero nunca como ahora lo hemos podido constatar a través del fenómeno de las redes sociales, especialmente el Facebook y el Twitter, canales que no solo han transmitido cantidades insospechadas de información, sino también múltiples expresiones de la gente, mucho más genuinas, libres de la medicación, de lo políticamente correcto y de las clásicas normas de urbanidad que reinan en los medios tradicionales.

Las redes sociales ya tienen amplios antecedentes de lo que son capaces de hacer no solo en el campo de lo lúdico, el entretenimiento y la mera transmisión de noticias, sino en el impulso de grandes cambios sociales y políticos; eso lo saben muy bien los brasileños y especialmente la presidente Dilma Rousseff, quien no pudo ocultar su cara de funeral en el cierre del campeonato, que muchos anticipan, será el inicio del derrumbe de un ciclo político de más de una década.

El problema es que tras el humillante fracaso de la selección brasileña, que de aspirante a ser campeona pasó a ser una de las más goleadas de la historia, podrían retornar las protestas callejeras que fueron la antesala del torneo, pero esta vez con una inevitable incidencia en las elecciones marcadas para el próximo 5 de octubre.

Ya hemos visto cómo la gente se toma tan en serio el fútbol, pero el malestar de los resultados tan adversos en Brasil se ve agravado por las desventuras en materia económica traducidas en altos niveles de inflación, bajo crecimiento, fenómenos que ahora más que nunca serán atribuidos al derroche en el que incurrió el Gobierno, con el objetivo de darle la mayor gloria a un país que hizo todo lo posible para convencer al mundo de su cualidad de potencia planetaria. Por eso es que resulta curioso que los más optimistas pretendan hacer creer que lo sucedido con el fútbol no tendrá consecuencias en la política, cuando fueron ellos los que apostaron todo a la pelota, con el objetivo de mostrar algo que hoy todos consideran fue nada más que un espejismo.

El director técnico de Brasil, Felipe Escolari, ha sido criticado por improvisar, por ser demasiado soberbio, por no haber ganado nada antes de enfrentar el mayor desafío de su carrera y que simplemente se subió a los hombros de un equipo que pretendía levantar la Copa por su historia y por ser el dueño de la fiesta. Casi lo mismo podría decirse de los líderes brasileños, que se encaramaron en las reformas que había hecho el gobierno de Fernando Henrique Cardoso y simplemente pusieron el “piloto automático”, mientras se dedicaban a traficar con la política hasta convertirse en la administración más corrupta de la historia brasileña. 

Lula Da Silva se ganó injustamente la fama del gran conductor, del autor del “milagro brasileño” y lamentablemente olvidó que las políticas de apertura, competitividad y productividad que había diseñado su antecesor, debían tener una continuidad, para seguir ostentando las mismas conquistas que tuvo al principio de su mandato. Pero ni siquiera una administración más austera, coherente y con mayor pericia como la de Dilma Rousseff pudo revertir una tendencia inevitable, mucho menos cuando se tiene encima la responsabilidad de organizar un mundial, unas olimpiadas, todo en medio de la incontenible corrupción que la presidente no pudo vencer. Los más optimistas esperan por lo menos llegar a los penales.
Ya hemos visto cómo la gente se toma tan en serio el fútbol, pero el malestar de los resultados tan adversos en Brasil se ve agravado por las desventuras en materia económica traducidas en altos niveles de inflación, bajo crecimiento, fenómenos que ahora más que nunca serán atribuidos al derroche en el que incurrió el Gobierno.

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