Estigma
Indeleble de Evo Morales
Mauricio
Aira
Hoy como
nunca antes en la historia de la humanidad existe el Derecho Internacional que prevé y sanciona los delitos más graves que
ofenden, afectan y trascienden el conjunto de la Comunidad de Naciones como ser
el genocidio, los crímenes de lesa
humanidad, crímenes de guerra y crímenes contra la paz o lo que se llama “guerras
agresivas”. Esta forma de derecho,
relativamente joven, nace en el famoso Tribunal de Nuremberg. Nuevas instituciones
le siguieron para juzgar y condenar delitos similares en la ExJugoslavia, Rwanda, Sierra Leona, Camboya, Timor Oriental, Chile y ahora también Bolivia.
Se consolidó con la entrada en vigor del Estatuto de Roma de hace pocos años.
La presencia
en Bolivia de Caroline Dwyer, madre de Michael, masacrado en Santa Cruz, el 16
de abril del 2009, para pedir Justicia en el caso de su hijo que llegó a Bolivia desde Irlanda, para participar
en un film que Eduardo Rózsa Flores preparaba en aquel entonces, ha puesto de
actualidad la masacre del Hotel Las Américas, ejecutada por un grupo de
policías de élite, bajo la orden de liquidar “al foco terrorista” que no había
disparado un tiro hasta entonces.
El grave
hecho de sangre, de cuya autoría se declaró culpable el Jefe de Estado, a pocas
horas de su ejecución. En efecto Evo Morales declaró ante Raúl Castro, Hugo
Chávez y periodistas que cubrían una celebración en Cumaná, “Yo di la orden. Se
produjo una balacera y tres de ellos están muertos y otros heridos” ha marcado
para siempre a Evo Morales. Se ha convertido en un estigma, una marca como
impuesta con hierro candente, como signo infamante que no se puede borrar es
indeleble.
Cuántos recursos,
cuántas acciones encubiertas para intentar ocultar, minimizar, rebajar la
gravedad del delito representado en aquella matanza, cuya veracidad abruma y
llena de espanto. El suceso ha sido motivo de investigación como la de Carlos
Valverde que publicó primero “Qué pasó” seguido de varias ediciones ante el
interés que despertó el mismo. Produjo un video documental que vieron miles de
personas y mantuvo la expectativa por nuevos detalles que surgieron en el curso
de acumular los hechos, una edición, la primera tan sólo 6 meses después hasta
que 2012 vio la luz “Maten a Rozsa” que mostró con pelos y señales el
rompecabezas de una conspiración del poder en contra de Santa Cruz y su
liderazgo. Este segundo libro sobre la
misma masacre, se lee febrilmente en círculos intelectuales, en las
universidades, los talleres y hasta en los cuarteles y la conclusión es siempre
la misma, ¿cómo pudo ser posible?
Es que el “estigma”
que marca a EM, bien puede catalogarse como un estigma de salud mental, sobre
el que profesionales médicos, medios de comunicación, la ciudadanía y otros “pacientes
que padecen del mismo mal” dicen no tiener curación. Tendencia a ejecutar su voluntad por
encima de todo, sin temor a nada “metéle nomás” una obsesión enfermiza por hacerse obedecer, que sus órdenes se cumplan
lo que le identifica con conocidos personajes de la historia llamados,
caudillos, autoritarios, dictadores, tiranos, mandamases, hasta que “la cadena
de mando se rompe” y la verdad sale a relucir.
Para la Organización
Mundial de la Salud (OMS) y la Asociación Mundial de Psiquiatría (WPA) el
estigma está reconocido y el origen del trastorno está en situaciones de sufrimiento,
discapacidad y/o pérdidas económicas que padecieron los estigmatizados, aunque
se pueden dar excepciones de misticismo, heroicidad, altruismo, como el caso
del Padre Pio que vivió 40 años con
heridas sangrantes en las manos, los pies y el costado, a imitación de Cristo,
en el caso del franciscano fueron estigmas de santidad hasta su muerte.
Difícil
entender desde la patología síquica qué es lo que motivó que EM se haya visto afectado
de esta marca indeleble, que dura hasta la muerte, incurable y eterna, lo
cierto es que su promesa “de gobernar sin un solo muerto” fue como un ladrido a
la luna, en lo que Carlos Valverde documenta con mucho detalle, con nombres,
fechas y circunstancias pasan de 104, hoy día en el Facebook, tomando en cuenta
los linchamientos y ajusticiamientos por
ausencia del Estado de Derecho pasan de 300, increíble, e inconmensurable
cifra, jamás superada en la historia nacional. Algo más, al producirse el
episodio Sean Penn y Jacobo Ostreicher, el Gobierno se ve en el apuro de tomar
previsiones y detiene a una docena de sus colaboradores por “extorsión” entre
ellos los actores del “Gabinete Jurídico
de EM”, una especia de tribunal de penas, con un poder omnímodo incluyendo el
policial, los retiene en Palmasola y desde ahí oh! ¡Destino! Los protagonistas van revelando, descorriendo
el telón, y confirmando la tesis de Carlos Valverde, que todo este “remedo de
juicio” para encubrir los crímenes de EM, fue montado desde el Palacio de
Gobierno. Las revelaciones no dejan de asombrar y oh! ¡Providencia Divina! La verdad
está saliendo a relucir, lo que confirma el estigma de EM, la marca indeleble
de su inclinación criminal.
Haga lo que
haga, regalar la mitad del Tesoro de la Nación, crear empleos, designar
ministros y embajadores, otorgar prebendas, repartir joyas como sucedió en la
reciente G77, nada podrá hacer desaparecer la mancha, borrar el estigma, porque
la sangre de sus víctimas clama Justicia y esta llegará con otro Nuremberg, que
acosó y encarceló a Pinochet en el apogeo de su gloria en la ciudad de Londres.
El estigma indeleble está en su naturaleza, en su figura, en su poder que tarde
o temprano se extinguirá y le perseguirá hasta el final de sus días, para
siempre jamás!
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