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martes, 7 de febrero de 2017

"Bolivia Distópica" titula su autor este texto muy sabroso que con gusto lo ponemos ante sus ojos, es un reflejo subliminal de la realidad que se vive cuando todo lo que importa es el culto al Poder del que penden todos los bienes y todos los males

Primera Plana pone ante sus ojos, la noticia, el acontecimiento mayor de cada dia ocurrido en Bolivia que llega resumido con un punto de vista periodístico.

Entre la ficción literaria y la realidad política hay cada vez menos distancia; a saber: La posverdad se precipita y ella, más el avance gubernamental sobre los medios de información, crecerá como una bola de nieve que pronto nadie podrá detener. Será la bola que embiste y domina a su paso por Washington y la hoyada de La Paz; por Wall Street y las plazas 14 y 24 de Septiembre; por Manhattan, el centro histórico de Sucre y el Cerro Rico de Potosí; por cada rincón alegórico e intrascendente de este nuevo país nortesudamericano. La bola que aplasta por igual a los barrios tradicionales de la aristocrática sociedad y a los suburbios populares de la humilde ruindad. La bola que deshace nuestras casas, que aniquila nuestras cabezas. Bienvenidos al futuro.

Bienvenidos a la inteligencia artificial, a la memoria del Google, a la máquina de hacer máquinas. Bienvenidos al aislamiento, a la soledad, al desamparo. Bienvenidos a la doctrina del bienestar general, a la felicidad de la idolatría, a la demonización del otro. Bienvenidos a la era del cinismo, al camino del suicidio colectivo, con líderes carismáticos que se aprovechan de las democracias para concentrar la notoriedad pública al extremo de la normalización del culto de la personalidad, de la fabricación de deidades barrocas, en pleno siglo 50. Con mundos paralelos en los que no faltan las tramas de conspiraciones, los subversivos llegados de Venus y, a propósito, las mujeres infiltradas en el corazón mismo de la sede del Gobierno, ni las truculentas historias de amor, de desengaño, muerte y corrupción. Con persecución y recortes a la libertad de expresión. Con sometimiento. Con autocensura. Con la costumbre de vivir con miedo.

Bienvenidos, pónganse cómodos, disfruten del pensamiento único, del Gran Hermano, del Estado omnipresente, vigilante de sus caricaturas de memes, de sus berrinches virtuales —impalpables— en las redes sociales. Hagan y digan mientras sueñan, mientras puedan, gocen de la ilusión de sentirse fuertes mientras no salga la ley que limitará sus pequeñas insubordinaciones digitales.
Vayan al trabajo, hagan lo que les permiten hacer y después vuelvan a sus casas y salgan al jardín, oxigenen sus pulmones respirando la contaminación que mañana, hoy, será el mismo día.

Bienvenidos al juego de la posverdad, que no es mentira, propiamente, sino apariencia pura, certeza emocional, ojalá no, la construcción de una monumental calamidad que nos contendrá a todos y que girará, crecerá y avanzará por nuestra amada Nortesudamérica, triturando cerebros, como una bola de nieve.

Y sin embargo, vengan, siéntense y observen cómo les convencen de que “si para ti es verdad, entonces lo es”. De que todo pasado fue peor.
Adelante, pasen a su propia casa, hagan de cuenta que tienen permiso y recuéstense en su confortable lecho de clavos; voten ismo de su preferencia, cualquier extremo: ¿les gusta el populismo?, ¿el nacionalismo?, ¿el proteccionismo, el absolutismo, el secesionismo, el radicalismo, el fundamentalismo? ¿Les gusta el neoliberalismo, o quizá su alternativa posmoderna, el indigenismo, como forma particular de comunismo debatiéndose entre el viejo nuevo marxismo y el socialismo comunitario? Voten como les gusta, siempre así, pensando en sus hijos; por ellos precisamente no querrán moderarse, escuchar la voz disidente porque con esto deformarían su legítimo gobierno de masas, de máquinas, de ausentes vivientes. Recuéstense, vamos. Clávense un poquito. Duerman así.

Y sueñen, mientras esto no resulte incómodo al dios poder; bienvenidos al futuro, al mañana que es hoy. Sepan que no habrá en el mundo actual, de presente porvenir, conflagración mayor que la que, como nunca antes en 50 siglos después de Cristo, servirá para la disputa del territorio de la verdad.

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